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  Época de la Formación
 

ÉPOCA DE LA FORMACIÓN

Formación de los mundos y razas en el Universo


El Universo, que había sido el campo de batalla, se fue reconstruyendo y aprendió a vivir sin soberanos. Los gigantes que habían matado al señor, también perdieron sus fuerzas y fueron desterrados por los dioses hacia el lejano y oscuro mundo Horrdok, el cual estaba envuelto en una espesa niebla que no dejaba pasar la luz. Después del destierro de los gigantes, las nueve espadas del Caos desaparecieron. Aquellos dioses que estaban del lado del mal y que se transformaron en los siervos del Caos raras veces hacían tímidos intentos de continuar la obra de Tallaar. Por ahí y por allá se daban las batallas entre los dioses de la Luz y de la Oscuridad. Pero éstos, desorganizados y sin soberano alguno, no eran capaces de oponerse a los primeros, quienes después del destierro de los gigantes ganaron aún más fuerza. A los siervos del Caos no les quedaba más que desaparecer, esconderse en los mundos lejanos. Pero en el Universo seguía sintiéndose su presencia.

Los sucesores de Or'Verron se reunieron en la Gran Asamblea de los Dioses. Los dioses de los elementos se encargaron de la difícil tarea de presidir la asamblea. Pensaron y deliberaban largo tiempo, decidiendo sobre el destino de los mundos. Finalmente decidieron unirse con el objetivo de restaurar el Universo. Nuevamente, como en los viejos tiempos, los dioses creaban mundos nuevos, también resucitaban los viejos que sufrieron a causa de la Gran Batalla de los Dioses. Además, decidieron que, aparte de los monstruos, era necesario crear unos seres dotados de alma. 

Y de esta manera el dios Egos creó la raza humana, unos seres de piel blanca y gran inteligencia, y el diosVolcán llamo a la vida a la raza magmar, que salió del interior de un volcán y en cuyas venas corre lava en lugar de sangre.  Los orcos , seres de piel lodosa marrón, de hocicos dentudos y ojos que ardían de furia,  fueron obra del dios Geldokk. Pero los cruentos y sanguinarios orcos eran unos guerreros perfectos que en cada momento podían reunir un gran ejército y dignamente hacer frente al enemigo. Básicamente, vivían en el interior de las montañas, ya que no les gustaba demasiado la luz del sol.

Seres con la piel de color del cielo invernal y orejas puntiagudas eran los elfos, obra del bondadoso y romántico dios Umallou. Éste deseaba crear una raza que únicamente sembrara el bien, y que se ocupara de las ciencias y del arte. Pero con el tiempo, la raza se dividió en los elfos claros y oscuros. Los primeros cantaban hermosos cantos, no les gustaban las guerras, soñaban con mejorar los hábitos, y consideraban los bosques como su casa, mientras que los segundos, sirviendo a la magia negra, ocasionaban enfermedades y problemas a otros seres, aparecían en las pesadillas.
Los mundos eran pequeños oasis de vida en el Universo, aparecían uno detrás del otro. Gradualmente los iban habitando las razas de gnomos, enanos, orcos, elfos, troles, hadas y ogros, y muchos más seres.
Comenzó la nueva época: La Época de la Creación.

  

 

 

Formación del mundo Faeo. Raza de los Elegidos

 

La formación del mundo Faeo,  la obra preferida de los dioses de los elementos, fue uno de los momentos más brillantes en la Época de la Formación. La estrella Mirrou fue enviada para dar luz y calor a Faeo. La naturaleza de este mundo abundaba en suelos fértiles, bosques espesos y reservas de agua clara. Era un mundo milagroso. Y justamente este mundo fue elegido por los dioses como refugio para la raza de los Elegidos. Los representantes de esta raza eran más fuertes, más sabios y más hermosos que cualquier otro ser. Muchos dioses se atribuían el mérito de su creación porque realmente hacían todo lo posible para perfeccionarles. Pero el verdadero creador de la nueva raza fue el dios Bolivajar
 

Los Elegidos eran altos, sus figuras fuertes y a la vez agraciadas. En sus nobles caras destacaban especialmente los ojos, su mirada sabia y perspicaz. Adicionalmente tenían unos talentos inusuales. El estudio de la magia no les costaba mucho trabajo, por lo cual ellos mismos eran capaces de crear sus propios conjuros y símbolos. No es de extrañar que los dioses les llamaran la raza de los Elegidos y que les hicieran habitar el mundo Faeo. Sacando el máximo provecho de las ricas reservas del mundo, los Elegidos también daban mucho de sí mismos. Trabajaban duro para proteger a los demás habitantes de Faeo. Pero lo que más les importaba era la magia. Llegaban a cualquier rincón del mundo para explotar los signos mágicos de los lugares más raros. Los Elegidos escribieron muchos libros mágicos – los grimorios, en los que describieron diversos hechizos, maneras de invocar espíritus, formas de usar diferentes amuletos, talismanes, artefactos mágicos y mucho, mucho más. Las habilidades mágicas de los Elegidos se desarrollaban día tras día. Se sometieron a la magia de los elementos, magia de la vida y magia de la muerte. Entonces estos seres decidieron que se habían vuelto tan poderosos que podían crear ellos mismos los artefactos mágicos. Asegurándose la bendición de Bolivajar los Elegidos se pusieron a trabajar. 

En el Calvero del Olvido erigieron el templo Guuchar, construido en piedra negra natural. Este edificio de culto fue levantado en la planicie en una noche, erigiéndose sus capiteles hacia las nubes, atravesándolas y alcanzando el cielo. Cuando Guuchar llegó a ser el señor del Calvero del Olvido todos los animales abandonaron este lugar para siempre. Ni un sonido perturbaba el silencio misterioso que se extendía alrededor del templo. Tan sólo las silenciosas aves negras gur se sentaban con dignidad en los capiteles de Guuchar. En el templo negro como la noche reinaban la oscuridad y un frío penetrante. En la increíble gran sala se encontraba un estrado similar a un altar, realizado de una piedra pálida transparente, que hacía un perfecto de contraste con el color negro dominante en el edificio. Una luz pálida parecida al destello de las estrellas del anochecer se filtraba desde el fondo del altar. Este lugar guardaba un secreto.
Cada tres años, la estrella Mirrou se alejaba dejando lugar a la noche sobre Faeo, la Noche de la Verdad. Los Elegidos se reunían en el Calvero del Olvido. Llegaban de todas las partes del mundo Faeo, venían en grupos o solos, aparecían por sorpresa, como si llegaran de ninguna parte, o todo lo contrario, podían ser peregrinos fatigados de un largo viaje. Esa noche se celebraba un rito cuyo resultado enriquecía al mundo con un nuevo artefacto mágico. Teniendo el mismo objetivo, unidos por unos enlaces sólo a ellos conocidos, las mentes y almas de los Elegidos se unían en un efervescente lazo de energía en el que cada uno desempeñaba un papel claramente establecido. La inmensa fuerza de estos seres, altamente desarrollados, reforzada con hechizos mágicos, se elevaba sobre Guuchar. Durante la creación de un hechizo, las paredes de piedra resonaban con el eco del coro de las voces desiguales de los Elegidos. La luz del altar se encendía cada vez más, irradiando sobre las paredes del templo sus rayos claros que llegaban a todos los rincones de este lugar misterioso. En el Calvero del Olvido, en el Templo Guuchar los Elegidos creaban los artefactos mágicos que durante mucho tiempo conmocionaban las almas y mentes de los habitantes de Faeo y que conducían sus destinos…
De esta manera surgieron: La Espada de los Dioses, El Martillo del Trueno, El Collar del Miedo, El Bastón de los Elementos, y también El Bastón de Fuego cuyo poder era tan grande que daba a su dueño un enorme poderío sobre los demás seres…
La noble raza de los Elegidos podía llevar a Faeo a un perfecto estado de paz y bienestar, pero con el paso del tiempo el mundo Faeo dejó de pertenecerles sólo a ellos. Los dioses empezaron a valorar sus atributos y, paulatinamente, los Elegidos se vieron rodeados cada vez por más vecinos, seres de otras razas. Se aproximaba una época nueva en la historia de Faeo…

 

 

El destierro de la raza superior

 


El mundo Faeo se transformó en la casa de diversos seres. Ahora los Elegidos lo compartían con los orcos, humanos, elfos, magmares, gnomos, enanos y muchos otros seres. Los verdaderos anfitriones de Faeo, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtieron en invitados: fue el efecto de una rápida colonización de las nuevas razas en las grandes extensiones de este maravilloso mundo. Los representantes de otras razas utilizaban los bienes creados por los dioses y por los Elegidos, sin pensar cuánto esfuerzo y trabajo costó hacerlos. Propagándose por el mundo, cada raza creaba su propia cultura, construía sus propias ciudades y se especializaba en los respectivos campos de actividades. En los páramos inóspitos, bosques vírgenes, transparentes aguas de los ríos y lagos, en todos los lugares del mundo apareció la vida. Eran cada vez más frecuentes los ataques a los edificios de culto de los Elegidos, lugares de sus reuniones, donde se unían espiritualmente y creaban la magia. Los seres curiosos penetraban en las misteriosas salas y grutas, destruyendo con su ignorancia el ambiente mágico, causando daños irreparables. El apogeo de la barbarie se dio con la infiltración en el Templo Guuchar. Una vez dieron con el calvero unos cazadores que buscaban animales en los bosques. Observaron que en el calvero reinaba un silencio muerto, no se oían ni cantos de los pájaros, ni zumbidos de los insectos en las hierbas, tampoco voces de otros animales. El negro y silencioso Guuchar se elevaba con orgullo en medio del calvero. Los cazadores armados, dirigidos por su curiosidad, cruzaron sin temor las puertas del templo. En ese mismo instante una sombra negra bajó de la pared de piedra y con ímpetu se avalanzó sobre los intrusos. El ave gur, fiel guardia del lugar mágico, defendía con recelo las murallas del templo. Se lanzó contra los forasteros, preparado para sacrificar su vida con el fin de echarles fuera del sagrado lugar de la raza de Elegidos. Desorientados, los cazadores comenzaron a agitar las manos con la intención de ahuyentar al pájaro, de momento sin usar armas. El ave gur despedazaba a los intrusos sin piedad con sus garras afiladas. Horribles gritos de los heridos y de los que morían, el aletear de alas; todo se confundía en una disonancia que extirpaba el alma.  De pronto, todo este ruido dio lugar a un solo sonido, el brutal y mortal sonido de un cuerpo cortado con la espada. Estremecido por los espasmos agónicos, el ave cayó sobre el suelo del templo. Su cuerpo muerto se quedó inmovilizado por un momento. Luego sopló un viento ligero y la sala se llenó de un suave y apenas perceptible aroma a lavanda. Ante los ojos de los asombrados cazadores el ave se desvaneció como humo, dejando en su lugar un pequeño puñado de cenizas. 
El cazador que dio muerte al valiente gur, envainó la espada manchada de sangre y con un paso decidido se fue en dirección al altar. Los demás le siguieron. En las piedras blancas del altar estaban grabadas unas runas sobre las cuales se deslizaban unos rayos de luz pálida, por eso parecía que las escrituras destelleaban, indicando cada vez un signo distinto. Cuando los extraños entraron al altar, sintieron un pánico y miedo inexplicables, un miedo que les paralizó por completo. Parecía que el latido de sus corazones se podía escuchar incluso fuera de los límites del templo.

Inesperadamente, desde el interior del altar se desprendió una luz increíblemente clara dispersando oscuridades y elevándose hacia la cúpula de la sala. Brotaba como una fuente, esparciendo en todas las direcciones gotas de claridad. Se pudo oír el sonido de una piedra cayendo, luego de una segunda, una tercera, cuarta...… Y de repente vibró todo el espacio, tembló la tierra bajo los pies de los cazadores, desde las paredes de desprendían unas enormes piedras que abrían profundos agujeros en el suelo. Los cazadores que lograron salir con vida huyeron de este horrible lugar. Corrieron sin mirar hacia atrás, mientras que detrás de ellos todo estaba temblando, derrumbándose, gimiendo. En pocos minutos el gran Guuchar se transformó en ruinas, sepultando los cuerpos de los cazadores y para siempre privando a los Elegidos de un lugar de celebración de ritos mágicos.
Los Elegidos se sintieron muy indignados cuando supieron de la desgracia que había acontecido a Guuchar. El Consejo de los Ancianos citó a todos para la Gran Reunión. Durante largo tiempo, los Elegidos deliberaron qué hacer, cómo vivir al lado de estos seres insensatos. Cómo han de gobernar y crear, ellos, los que viven del alimento espiritual, mientras que los demás habitantes del mundo piensan exclusivamente en llenarse las panzas y en engendrar a sus semejantes. Entonces se levantó Calivghur, el más anciano de los sabios, y dijo: «Ya que nos creó el gran dios Bolivajar, nos dotó de fuerza y poder, nos hizo habitar en un mundo de verdadero bienestar, nosotros que fuimos creados a su semejanza, no nos podemos atrever a decidir solos sobre nuestro destino. Dirijámonos a nuestro patrón, y que él decida qué debe suceder ahora… no nos abandonará…»
El Descampado de la Hora Muerta, un lugar siempre vacío, aquella noche se llenó de vida. Sobre toda su extensión, hasta el horizonte, se extendían los Elegidos. Hoy emprendían la marcha para siempre, abandonando el mundo que dejó de ser su refugio, su casa.
El dios Bolivajar, después de haber escuchado los discursos del Consejo de los Ancianos, permitió que la noble raza eligiera el mundo que quisieran, sólo para ella. Cansados de la molesta vecindad, los Elegidos se decidieron por un remoto y desconocido mundo que llevaba el bello nombre de Lurial. Y ahora, todos juntos, presentes en la seca tierra del Descampado de la Hora Muerta, estaban esperando…
Cuando la clara estrella Angoli apareció en el cielo nocturno, y cuando el viento cesó, sobre el Descampado cayó una niebla espesa. Se extendió borrando la línea del horizonte, juntando el cielo con la tierra. Como una orden, los Elegidos levantaron los brazos y comenzaron a escuchar. Y oyeron una voz hueca y distante que dijo solamente una frase: «Ya es la hora…» En la tiniebla, en el espacio de unión del aire y de la tierra, se abrió un portal, resplandeciendo con una luz blanca: una gran puerta en forma de arco, de cuyo interior tentaba lo desconocido… Uno tras otro, paso a paso, los Elegidos subieron por las escaleras invisibles y cruzaron la puerta que les llevaba a una vida nueva. Partían en profundo silencio, sin echar la última mirada de despedida sobre su vieja casa. Se iban hacia el lejano mundo Lurial. Dejaron que otros administraran el maravilloso mundo Faeo.



 
 
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