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  Época de las Transformaciones
 
 

ÉPOCA DE LAS TRANSFORMACIONES

Improcedente

«El mundo es indivisible hasta que

no haya nada para dividir. Pero cuando el propio mundo exista,

¿no es ésta una causa para comenzar a luchar por él?…»

 

Rico en valiosas menas, tierras fértiles, aguas curativas, alumbrado con la suave luz de la estrella Mirrou el mundoFaeo hacía recordar al Edén, el jardín del paraíso donde, según parecía, no había lugar para hazañas horribles, planes pérfidos ni guerras cruentas. Pero el destino no quiso cumplir los planes de las fuerzas superiores que habían decidido crear un mundo violando la ley del equilibrio. Al lado del amor, en el otro brazo de la balanza apareció el odio, al lado de la sinceridad – la falsedad, al lado del bien – el mal, junto a la paz – la guerra.
Los sucesos trágicos que tuvieron lugar en la Depresión de Elck claramente demuestran la utopía de las ilusiones de los creadores del mundo. 
Los trabajadores gnomos y los enanos aficionados a las ciencias, coexistían en paz en las mismas tierras, y quizás sin quererse excesivamente, pero sin sentir enemistad los unos hacia los otros. Ocupados con sus deberes, usando los mismos bienes que con tanta abundancia les ofreció el mundo, labraban las piedras, construían, erigían, estudiaban, conocían y simplemente disfrutaban de la vida. Este estado duró mucho tiempo, pero una vez…
Temprano por la mañana, cuando Mirrou acababa de tocar con su rayos las ramas de ciclamino, una terrible noticia cayó sobre los habitantes de Elck: ¡las fuentes con aguas curativas fueron envenenadas! ¿De quién fue la mano que profanó lo sagrado, de quién es el corazón tan cruel para llegar a tal bajeza? No se sabe. Pero este incidente dio comienzo a las sospechas que surgieron en las mentes de los gnomos y de los enanos. Una raza sospechaba de la otra de provocar este delito, lo cual dio lugar a la falta de confianza, enemistad y división.
Hasta entonces, el espíritu de la guerra ya había entrado en el tranquilo mundo Faeo bajo la forma de invasiones de los perezosos y siempre descontentos orcos que llevaban una vida desordenada. Da la casualidad que los orcos habitaban las tierras cuyas reservas se agotaron rápido a causa de su empleo inadecuado, y desde entonces tenían que esforzarse mucho más para conseguir las materias primas indispensables para sobrevivir. Tratándolo como una injusticia, sin querer trabajar más que los demás, impulsados por su propia agresión los orcos encontraron la mejor, según ellos, manera de resolver su problema: penetraban en los territorios pertenecientes a otros seres, atemorizaban los habitantes y les quitaban sus tierras pedazo a pedazo. Este tipo de invasiones sembraban las semillas de enemistad entre las razas. El aire estaba relleno de odio.
La Depresión de Elck podría ser para los orcos un buen bocado, pero de momento era inalcanzable. Comprendían que mientras que los gnomos y enanos estuviesen unidos, no sería posible vencerles. Fue cuando los orcos decidieron usar un ardid. Una noche oscura, cuando el dios del sueño se apoderó de las mentes de los habitantes de la Depresión, un espía de los orcos pasó hacia las fuentes y echó el veneno en las aguas milagrosas. El plan de los orcos estaba muy bien pensado. Se consiguió el objetivo – sembrar desconfianza y enemistad entre gnomos y enanos. Las riñas y disputas se daban cada vez con mayor frecuencia, hubo cada vez más problemas con la división territorial, mientras que se daban cada vez más ataques de los orcos contra las razas debilitadas, los cuales acababan haciéndose con sus tierras.
Cansados con las interminables disputas, después de unos cuantos ataques de orcos y tras la pérdida de las tierras en las que se hallaban las minas de plata, los gnomos decidieron que no podían soportar más pérdidas. Se reunieron, de noche excavaron un enorme foso que separó los territorios de los gnomos y enanos. Las Fuentes de Elck se quedaron del lado de los gnomos. A la mañana siguiente, cuando los enanos vieron la indigna actitud de los gnomos, sintieron una justificada ira. ¡La guerra – una lucha armada, la manera más cruenta de resolver conflictos, derrame de sangre, campo de batalla… fue declarada! El caudillo de los enanos fue el valienteFaulius. Su madre padecía, ya desde hace unos meses, una enfermedad desconocida y sólo el agua curativa de las fuentes podía mantener la chispa de la vida. Cegado con ira, y con el sufrimiento de su nación y miedo de perder a su madre, Faulius reunió a todos los varones de su raza y los dirigió contra los gnomos. ¡Y comenzó la matanza! Se caían las cabezas y se vertía la sangre, no se miraba a los ojos ni se tenía piedad de los niños, el corazón se mantenía en silencio, la mente quedaba paralizada. Cada uno tenía su propia verdad y mentira. Una terrible matanza que se llevó miles de vidas, destruyó la paz y el bienestar, dio comienzo a las interminables querellas, pasó a la historia bajo el nombre de Improcedente. Las Fuentes de Elck, que eran la causa de la guerra, no correspondieron a ninguna de las partes. Inundadas de sangre perdieron sus características milagrosas. La tierra de la Depresión quedó seca. El aire se llenó de olor a muerte.

 

 

 

Batalla entre humanos y elfos oscuros. Asesinato del sabio Fionius

 

En los tiempos lejanos, cuando en Faeo seguía dominando la paz, raras veces perturbada por las guerras, al otro lado del Valle Nevado, cerca de espeso bosque adormecido, se había erigido la ciudad de Leitón. La ciudad de la raza de humanos, que paso a paso conquistaba las tierras del mundo Faeo.
Los humanos que llegaban a este lugar utilizaban los territorios del bosque como fuente de materias primas para la construcción, recolectaban allí arándanos y raíces, cazaban animales silvestres. Conforme pasaban los años, la ciudad se iba desarrollando. En los alrededores se descubrieron yacimientos de minerales y las paredes de madera dejaron paso a los muros de piedra.
Los humanos ocuparon un territorio cada vez más extenso, adentrándose cada vez más en el bosque al que llamaban el Bosque de Leitón.

Cada año se adentraban más en el bosque, hasta que los humanos empezaron a encontrarse con fenómenos extraños y con señales y huellas incomprensibles. En los árboles aparecían símbolos enigmáticos y en los límites de los calveros misteriosos a los humanos les invadía un miedo inexplicable y ganas de huir. Además, empezaron a notar en el bosque la presencia de seres, sin duda, inteligentes.
En la ciudad se decía que al entrar en el bosque, uno tenía la sensación de ser observado por alguien malvado. Muchos humanos iban allí para cazar, recolectar arándanos y raíces, hubo casos en los que nunca regresaron. ¿Qué se le iba a hacer? Podía haber pasado de todo... Uno se pudo haber perdido o tropezado con un gordt cavernícola, era un bosque, la naturaleza en estado salvaje. Sin embargo, ahora, a la luz de los últimos hechos, los humanos empezaron a darle otro significado a los acontecimientos. La situación en la ciudad se complicó, los humanos dejaron de ir al bosque con la misma frecuencia que antes, la comida empezó a escasear. El consejo de la ciudad, bajo el mando de Fionius , decidió formar brigadas especiales armadas, encargadas de conseguir los alimentos.

Sin saber por qué, a nadie se le ocurrió pensar en que, aparte de las historias y particularidades que se cuentan, no existía ninguna prueba que corroborase la teoría de los extraños - constató Fionius en la reunión del consejo. "Pero si la gente tiene miedo, le daremos protección. El temor injustificado de los humanos no debería afectar a la llegada de los suministros a la ciudad. Acepto la idea de que haya un lugar maldito en algún rincón del bosque. Pero primero hay que encontrarlo y después decidir lo que se tiene que hacer".

La primera brigada salió de madrugada y volvió al atardecer con un gran suministro de alimentación. Esta vez, nadie sintió el miedo irracional ni la mirada ajena clavada en su espalda. Las señales extrañas en los árboles resultaron ser patrones de la coraza y las ramas de los árboles enlazándose. La protección pronto se convirtió en algo natural y poco a poco, la vida de la ciudad volvió a la normalidad.
Un día, minutos antes del atardecer, cuando estaban a punto de cerrar las puertas de la ciudad, el guardia de la torre vio un ser extraño arrastrándose por el camino en dirección a la ciudad. Enviaron una brigada de reconocimiento. Ese ser tan extraño resultó ser Lecest, uno de los guardias de protección enviados ese día al bosque. Su arnés estaba destrozado, el hombre no reconocía a nadie, contaba cosas absurdas sobre paredes de agua que lo rodearon, árboles que cobraron vida y de los cuales uno era excepcionalmente atemorizador ya que en lugar de raíces tenía huesos enormes.
En la ciudad se levantó un alboroto. De modo urgente, sin importar la hora que era, se convocó la reunión del consejo. Pusieron a Lecest de pie y lo llevaron ante el consejo exigiéndole que contara todos los detalles. A partir de los fragmentos sueltos de su historia lograron averiguar que probablemente de toda la brigada, así como de los recolectores y cazadores, ya no quedaba nadie con vida.

Al adentrarse al bosque más de lo habitual, la brigada se encontró con un lago en el medio del cual crecía un árbol gigante y repugnante. Sus raíces asomaban de la superficie del agua y las ramas se enlazaban formando islas. Decidieron acampar allí para recobrar fuerzas. Una parte de la gente fue a darse un chapuzón en el lago, mientras otros levantaban las tiendas, cortaban leña y reunían reservas. Todo iba bien, hasta que Lecest empezó a cortar una raíz seca que salía de la tierra en cercanía del agua. Con el primer golpe del hacha se escuchó un aullido salvaje; algo lo tiró hacia atrás con tanta fuerza que se golpeó contra el árbol más cercano. Pero antes de perder la conciencia vio, como el agua del lago empezó a burbujear y subió de nivel formando una especie de bola que cayó sobre el campamento arrasándolo todo hacia el lago. Las raíces del árbol gigante se convirtieron en tentáculos de huesos amarillentos que agarraban a la gente que se encontraba dentro del agua y en la orilla. No se acuerda cuándo se despertó ni cómo había llegado hasta la ciudad. 

Después de escuchar la historia de Lecest, el Consejo decidió que el lugar maldito y el árbol asesino eran un peligro para la ciudad y sus habitantes. Fue entonces, cuando el miembro del consejo, Ander,  propuso quemar el árbol extraño con la ayuda de un líquido inflamable recién descubierto. El objetivo era liberar el Bosque de Leitón de la maldición. Al día siguiente, de la ciudad partió una brigada reforzada por una brigada de arqueros. Llevaban con ellos varios barriles con el líquido. Al atardecer volvieron sin los mismos y Ander presentó al consejo un informe. El lugar maldito fue destruido, Leitón estaba a salvo. Todo resultó ser más fácil de lo que esperaban. La ciudad estaba de fiesta.

Por la mañana, sin embrago, Leitón se despertó con el sonido de tambores de guerra. La gente, sin entender nada, se dirigió corriendo hacia la plaza municipal, llevando consigo las armas apresuradamente. Había un alboroto enorme, los habitantes formaban rápidamente brigadas que se enviaron en todas las direcciones de las murallas de la ciudad. Nadie sabía lo que estaba pasando, sólo el ruido de los tambores de guerra indicaba que había ocurrido una desgracia. En las murallas de la ciudad se reunieron multitudes, la gente corría acompañada del ruido de sus arneses y armas, los arqueros iban ocupando sus puestos y para disparar se prepararon pequeñas catapultas. Mientras tanto, cerca de las puertas de la ciudad, aparecía el motivo de tanto ajetreo...Filas bien formadas de guerreros extraordinarios vestidos de arneses ligeros y oscuros, con largos y fantásticos arcos.

Son los elfos oscuros , dijo Fionius, que estaba observando el desarrollo de los acontecimientos desde la torre principal: los siervos de la magia oscura y olvidada hace mucho tiempo. Pero, si mal no recuerdo, han roto todos los vínculos con el mundo exterior para dedicarse por completo al estudio de la magia. Su objetivo era convertirse en seres superiores, capaces de abandonar Faeo, el mundo al que no consideran su hogar sin que nadie sepa la razón. Qué extraño, pero a juzgar de su aspecto vienen muy decididos. Intentaré hablar con ellos y averiguar de qué se trata.
Fionius salió a las almenas de la torre y empezó a hablar con una voz fuerte.

- ¿Por qué habéis venido armados hasta los muros de nuestra ciudad? Somos un pueblo pacífico, no molestamos a nadie y no queremos que nos molesten a nosotros. Os conozco, sois hijos del bosque y nosotros, somos hijos de las ciudades y de los campos. No tenemos nada en común. Podemos vivir en paz e incluso ayudarnos mutuamente intercambiando la sabiduría.

De las filas de los elfos salió un elfo alto vestido con un arnés plateado y empezó a hablar. Aunque no hablaba alto, sus palabras llegaban a los oídos de cada uno de los habitantes de la ciudad, despertando en ellos el temor.

- Tu propuesta de vivir en paz llega tarde, anciano. Durante todos estos años hemos vivido en paz con vosotros, sin imponeros nuestra amistad ni tampoco nuestros problemas. No queríamos tener el bosque sólo para nosotros, es grande y sus territorios bastarían para todos. Pero vosotros, los humanos, lo habéis destruido todo. Habéis matado el árbol sagrado, Zorgal Mitael Latunahe - corazón del bosque. Ahora el bosque desaparecerá y con él, nosotros. Lo más probable que vosotros también. Pero no vamos a esperar a que os muráis. Os mataremos nosotros mismos.

- Esperad…

Una flecha fina y con plumas atravesó el pecho de Fionius, interrumpiéndole el discurso. El sabio se desplomó cayendo en los brazos de los miembros del consejo que se encontraban justo detrás.
La primera flecha era sólo una señal. Los elfos levantaron las armas y el aire se llenó del sonido de las cuerdas de los arcos tensándose. Cuando las flechas salieron disparadas hacia arriba, parecía como si sobre el campo y la carretera hacia la ciudad cayera una nube espesa. Ésta se rompió encima de los muros con una lluvia mortífera. Los defensores intentaron responder, pero su manejo del arco no tenía nada que ver con la maestría de los elfos. Los humanos caían de diez en diez, las flechas finas atravesaban los arneses más pesados perforando sus uniones. Los rasguños más leves resultaban mortales, ya que los elfos utilizaban algún tipo de veneno. Desde los muros de la ciudad respondieron con las catapultas que igualaron en parte el balance de víctimas. Sobre los elfos equipados con arneses ligeros caían piedras pesadas, aplastando las armaduras... y sus cuerpos. De todo el consejo, sólo Ander logró sobrevivir. Estaba al mando de la batalla a pesar de la avalancha de flechas que caían por todas partes. A la mayoría de la gente le ordenó esconderse en las torres. Sobre los muros permanecían sólo los maestros con catapultas ligeras. El jefe le estaba dando mil vueltas para encontrar la salida de esta dramática situación. No quería perder tiempo en pensar en sus motivos, no le daba pena el corazón del bosque quemado, sólo estaba pensando en qué podía hacer para salvar la ciudad de los humanos.
¡De repente, se le ocurrió una idea genial! Si el árbol fue destruido gracias a su invento, ¿por qué no iban a resistir al ataque del enemigo de la misma manera?

Al marcharse hacia la torre angular del Este cuyas troneras daban a un barranco gigante, dio una orden a los maestros de dos catapultas ligeras angulares. El cañoneo ha parado. Los elfos volvieron a su formación en columnas, pero esta vez formando alguna señal. Por encima de la llanura se levantaron sonidos nostálgicos extraños. Como si el viento se echara a llorar y quisiera contárselo a todo el mundo. Mientras la melodía insólita flotaba sobre la llanura, de repente los muros de la ciudad empezaron a temblar. Debajo de la piedras empezaron a crecer raíces extraordinarias penetrando en el cemento que las unía y disolviéndolo. Ander fue el primero en comprender lo que estaba pasando. Huyó de la torre y subió al caballo frente a la caballería que lo estaba esperando. En las caras de los jinetes se reflejaba la determinación y en sus manos temblaban con nerviosismo las espadas pesadas esperando la primera sangre.

- Hermanos - se dirigió Ander a los jinetes - en el nombre del futuro de nuestros hijos nos tocará morir.
Los muros de la ciudad empezaron a desprenderse cediendo a la presión de las raíces incrustándose en ellos. En algunos sitios, faltaba ya alguna que otra roca.

- Debemos darnos prisa - terminó Ander. Agitó la espada como señal para que abrieran la puerta.
Con las armaduras relucientes, la caballería salió disparada por la puerta de la ciudad como una flecha de una ballesta que acabó su vuelo clavándose en las filas bien formadas del ejército de los elfos que seguían cantando su canto. La canción se interrumpió para dar paso a otra, el "canto de la espada". La brigada condenada a muerte segura luchó seccionando las cabezas y las manos, y atropellando a los enemigos con los caballos.

- Hacia el Este. - Señaló Ander con la espada cubierta de sangre y los supervivientes de la brigada lo siguieron hacia el barranco sin nombre. La brigada iba a toda velocidad, perdiendo más jinetes por el camino. Los elfos les pisaban los talones disparando con arcos cortos. En cuanto los humanos alcanzaron el barranco, bajaron de los caballos y se prepararon para la defensa formando un círculo y apuntando al enemigo con las espadas ensangrentadas. Fue un panorama desgarrador, ya que esta forma de defensa no era demasiado eficaz si se trataba de las armas de distancia, y especialmente las élficas. Pero Ander tenía su propio plan. Cuando los elfos que quedaban con vida entraron en el barranco rodeando al puñado de defensores, desde la torre del Este retumbó el sonido de las pequeñas catapultas que sin embrago no estaban cargadas de piedras... En el aire quedaron suspendidas varias bolas de fuego. Ander bajó la espada, miró al cielo y sonrió. Una parte de la carga cerró la salida del barranco, mientras que la otra cayó sobre la concentración más grande del ejército de los elfos. Al tocar el suelo, las bolas de fuego explotaron con llamas.
Las llamas devoraban a los elfos que, por miedo, empezaron a correr de un lado a otro, intentando encontrar la salida de esa trampa diabólica. Dentro de ella, se encontraron también los que la prepararon. Ander se encontraba en el medio de ese infierno riéndose...Su risa histérica se imponía sobre los gemidos y gritos de los elfos y humanos ardiendo. Se reía cada vez más fuerte hasta que las llamas lo devoraron también a él. Fue cuando la llanura retumbó con el grito del caudillo agonizando. Las catapultas no paraban de lanzar cargas convirtiendo el barranco en un lago de fuego.
El ataque fue rechazado y la ciudad salvada. Sin embargo, su aspecto cambio por completo. Una herida negra y quemada en el barranco debajo de la torre del Este seguía recordando lo sucedido.

El bosque de Leitón, que era la fuente principal de alimentación para la ciudad, iba perdiendo su espesura y se alejaba de la ciudad a un ritmo acelerado. Nadie esperaba que las palabras pronunciadas por el elfo antes de la batalla fueran a cumplirse. Sin embrago, fue lo que pasó. Los humanos tuvieron que adentrarse más y más en lo profundo del bosque donde cada vez hubo menos animales y árboles. En cuestión de una década, el bosque de Leitón prácticamente dejó de existir. Mientras tanto, el barranco al que los humanos llamaron Muerto iba aumentando sus dimensiones. El nuevo consejo decidió no esperar hasta que la ciudad muriera por completo. Los humanos abandonaron aquel lugar y marcharon al Oeste donde, detrás del río Esmira, levantaron una nueva ciudad, Basturión. En el lugar donde antaño se elevaba Leitón, sólo quedaba un enorme barranco negro. Hoy en día, este sitio se conoce con el nombre de Valle Muerto. El bosque de Leitón desapareció por completo, como si nunca hubiera existido, y en su lugar se extiende ahora una llanura desértica donde sopla constantemente un viento muy fuerte que trae desde el Valle Muerto sonidos extraños y misteriosos.

 

 

Imperio de los magmares. Imperio de los humanos

 

La historia sabe olvidar. Ahora que todo está dominado por la inseguridad y la incertidumbre que invade los corazones de miles de supervivientes, casi nadie habla ya del poder del pasado. Nadie recuerda cómo empezó todo, quién dio el empujón a la piedra de guerra que atravesó rodando todo el mundo Faeo, aplastando todo lo que se había construido con tanto esfuerzo...

Los magmares, seres grandes, torpes y fuertes, no se dedicaban a las ciencias exactas. Tanto su cultura, que se reflejaba en sus bailes al ritmo sencillo de los tambores, como toda su vida basada en la lucha por conseguir la alimentación y en el estudio del arte de guerra, eran sólo un caparazón bajo el cual se escondía algo más profundo e importante.

En el mundo Faeo, que se encontraba en la Época de Transición, la vida de los magmares, marcada ya por la enemistad, era sencilla y humilde. Se ocupaban, sobre todo, de las tareas que no exigían demasiado esfuerzo mental, sólo el esfuerzo físico. Los magmares, seres fundamentalmente cándidos, se conformaban con lo que les daba la vida. A trabajar en las forjas y canteras, a servir como mercenarios en distintos ejércitos, los magmares estaban contentos de su destino. Pero todo tiene su fin...

Una noche, que aparentemente no tenía nada de especial, en uno de los pequeños asentamientos en los alrededores de Magrimar, llegó al mundo un niño. Su madre murió en el parto y al niño le dieron el nombre deAndelván cuyo significado era «el que vive con la vida del otro»
El padre de Andelván que, como miembro de uno de los gremios de mercenarios bastante grandes, ya desde mucho antes, aparecía poco por la casa,  después de la muerte de su esposa lo hacía cada vez menos, pasando todo el tiempo en las expediciones. De la educación de Andelván se encargó su abuela materna, Egiam. Andelván no sabía que su buena abuela era la elegida de los dioses y la confidente del  Bastón de Fuego, en el que se concentraba el poder de los magmares. A sabiendas de que no le quedaba mucho tiempo de vida y que, hasta ahora, no había hecho nada para contribuir a su nación, Egiam decidió educar a Andelván para que se convierta en el nuevo protector del Bastón de Fuego. En los cuentos de la anciana, que a Andelván le encantaba escuchar, los magmares se dibujaban como una raza sabia y fuerte que no debería sustituir a nadie en un trabajo duro, una raza creada para gobernar. El niño absorbía todas estas historias como una esponja y cuando llegó el día cuando alcanzó la mayoría de edad, la abuela le reveló el secreto del Bastón de Fuego.

- Vivo ya muchos años, pero el miedo ante lo que se debía hacer me tenía paralizada. No he aprovechado las posibilidades que me fueron otorgadas. Espero que tú, mi nieto, hagas que nuestra nación ocupe el lugar que le corresponde en el mundo Faeo. Este bastón te debería pertenecer a ti. Debes saber también que nosotros, los magmares, sabemos hacer uso de la magia, pero mientras que la nación siga durmiendo, seguirán dormidas también sus habilidades. No obstante, el bastón  en las manos adecuadas es capaz de despertar a esta sabiduría dormida.

Al entregar el bastón al nieto, Egiam notó que la cabeza del bastón, que normalmente emitía una luz purpúrea suave, se encendió con una luz deslumbrante al tacto de las manos de Andelván. Una llama oscura recorrió sus hombros para rodear luego toda su figura.

Cuando Andelván creció, gracias a la protección de su padre ingresó en el gremio de los mercenarios. Mediaba en la resolución de conflictos y sentía miradas de odio de los que luchaban en el nombre de sus propias ideas o fe. Al reflexionar sobre su vida y de la de toda la raza en su conjunto, Andelván reunió a un grupo de magmares que compartían su visión del mundo. Sus ideas encontraron apoyo entre sus filas y, en poco tiempo, la situación en Magrimar y sus alrededores empezó a cambiar. Al principio, gracias al respaldo del gremio, Andelván ocupo el puesto del jefe de la ciudad. Sus reformas, cuyo objetivo era mejorar las condiciones de vida de los magmares más sencillos, le trajeron una enorme popularidad. Los enanos y los gnomos, los principales usuarios de la fuerza de los magmares, estaban obligados a pagar a sus empleados no lo que les parecía, sino lo que les indicaban las tarifas vigentes. Muchos gremios de mercenarios, que aportaban la carne de cañón en muchas guerras pequeñas, se fusionaron formando un sólo gremio. Ahora el propio Andelván establecía los precios y elegía a sus colaboradores. Parecía que el destino favorecía al nuevo confidente del Bastón de Fuego. Sus decisiones siempre eran muy bien meditadas y las acciones muy justas. Nadie sospechaba que a través del poderoso Andelván actuaba la voluntad ajena.

Por las noches, se le aparecían visiones incomprensibles y la voz que escuchaba siendo todavía joven, cuando Egiam le entregó el bastón, se oía cada vez con más claridad. En los sueños sabía perfectamente que estaba durmiendo y que la voz que le susurraba lo que tenía que hacer era parte del sueño. Sin embargo, al despertarse seguía al pie de la letra lo que había escuchado en los mismos, convencido completamente de que eran sus propias decisiones.
Poco a poco, de la raza dispersa iban emergiendo los principios de un imperio. La ciudad de Magrimar se convirtió en el núcleo al que llegaban los magmares de todos los rincones de Jair y Ogria. El imperio crecía, expandiendo sus influencias a ambos continentes. Andelván obligó a las demás razas que dominaban antes en el mundo Faeo, a que respetaran su opinión. Cuando llegaron las noticias de que desde las montañas de Mentalia un enorme ejército de orcos de guerra se dirigía hacia Magrimar, Andelván no lo pensó dos veces. El ejército de los magmares, dirigido personalmente por él, se enfrentó a los orcos en la Meseta de Jerar.

En la cruel batalla, la estrella de su fama se iluminó aún más. Se iluminó de la misma forma en la que se iluminó con llamas el ejército de los orcos, paralizado con una magia que desconocían. el bastón que Andelván siempre llevaba con él y por la que muchas veces le preguntaban sus allegados, demostró su poder. La Meseta de Jerar se convirtió en un horno gigante en el que se forjaba la fama de Andelván. Después de la batalla, ese lugar empezó a denominarse la Tierra Quemada.

El fortalecimiento de los magmares despertó un gran descontento entre las otras razas. Los caudillos de los humanos y de los elfos no veían con buenos ojos que los simples magmares de repente se volvieran sabios, tuvieran poder y fuerza. Eran diferentes, por eso no querían que la raza de los magmares tuviera la voz cantante en el mundo Faeo.
Los representantes de otras razas eran conscientes de que los magmares disfrutarían de su fuerza mientras vivía su caudillo Andelván. Además, los sabios de los humanos, al invocar la ayuda de los dioses, predijeron la perdición del mundo "de la mano de un ser ardiente que portaría un bastón de fuego". Fue cuando los humanos entraron en un acuerdo con los elfos y decidieron recurrir a los servicios de una gran escuela de asesinos a sueldo,Maasdar. El precio del servicio era elevado. Nadie sabe con exactitud cuánto les había exigido el máximo jerarca a los representantes de elfos y humanos, el mejor asesino en los dos continentes, Go'Zanar.

 

 

Mientras tanto, la raza de los humanos empezó a desarrollarse dinámicamente, imponiendo al mundo Faeo sus propias leyes. Pronto se expandió por todo el continente Ogria y en una parte de Jair. Las ciudades, construidas por los humanos y  que no respetaban la naturaleza, se elevaban en todo el continente Ogria como montañas con las que se ensañaba un dios desconocido. Cada ciudad era como un pequeño país, con sus propias leyes, cultura y estilo de vida.
La ciudad más grande y más desarrollada fue Basturión . Al concejal de esa ciudad, un humano joven, honesto y sensato llamado Osmol, no le gustaba la dispersión de la raza humana. Sabio y estricto, entendía perfectamente que los humanos sólo podrían dominar el mundo Faeo si unían sus fuerzas. Al reforzar su ciudad y formar en ella uno de los ejércitos más fuertes, Osmol intentó unir a los humanos. En el continente Ogria reinaba la inquietud. Los asentamientos humanos sufrían constantes ataques de las brigadas de los orcos. La destrucción de una pequeña aldea cerca de Basturión fue la gota que colmó el vaso, obligándole a Osmol a tomar medidas decisivas.

El ejército de Basturión fue dividido en varias brigadas móviles muy bien equipadas. Sus comandantes recibieron una orden inequívoca. Las brigadas se dispersaron por todo el continente Ogria, mientras que en Basturión sólo se quedó una guarnición municipal reforzada por la leva. Las brigadas buscaban y destruían los asentamientos de los orcos sin apiadarse de nadie. Muchas veces lograron socorrer a alguna que otra ciudad pequeña invadida por orcos. Los concejales de esas ciudades estaban dispuestos a hacerlo todo por los enviados de Basturión. A la propuesta de la unión siempre reaccionaban con alegría y, así, la ciudad salvada se convertía en la vanguardia del creciente imperio, empezaba a reforzarse y reclutar más soldados. En las Praderas de Berona y en la Costa de Luan, en la Estepa Silenciosa y en las Colinas de la Ira, Osmol sembraba las semillas que iban a germinar y dar una cosecha abundante. En las ciudades grandes, que no precisaban de la ayuda de Basturión, Osmol pretendía actuar por medio de la diplomacia, astucia y el cohecho. En Grandfort y Triverion, donde al mando del consejo estaban los comandantes del ejército que no pensaban someterse a la voluntad de nadie, había que recurrir a los servicios de la escuela de Maasdar. Los años pasaban. Poco a poco, se deinió el contorno del imperio cuyo centro y capital era Basturión. Finalmente, Osmol se dio cuenta de que para una fusión completa de todas las ciudades bajo el gobierno de un sólo núcleo, era necesario iniciar la guerra. No se trataba de batallas locales para salvar a los sucios campesinos de los orcos aún más sucios, sino una guerra global y victoriosa. Una guerra en la que se forjara el imperio al que dejarían de atormentar los conflictos políticos internos. Sin embrago, para la guerra se necesitaba a un enemigo común. Los magmares cuyas ciudades también se encontraban en el continente Ogria, eran los mejores candidatos. Osmol entendía que las razas tan diferentes, viviendo en un sólo mundo, no sabrían convivir después de organizarse en países. Pero antes de declarar la guerra a un adversario tan poderoso, era necesario tomar primero alguna acción que sembrara pánico entre los magmares para desorientarlos como mínimo durante algún tiempo. Con la idea salió la delegación élfica que llegó a Basturión con una misión diplomática. A los elfos que habitaban los bosques no les gustaba el crecimiento rápido de las dos naciones antaño tan débiles. Los humanos, sin embrago, eran más cercanos a los elfos y no se metían en el bosque de Shuar, la patria de los elfos. Además, los elfos consideraban que una guerra entre los humanos y los magmares debilitaría notablemente las dos razas y devolvería a los elfos el puesto dominante en el mundo Faeo. Los elfos propusieron eliminar al soberano del imperio de los magmares, matar a Andelván. Sin embargo, es evidente que del asesinato de un personaje de esa clase no se podía encargar cualquiera. Decidieron utilizar un medio conocido y comprobado. LaEscuela Maasdar, con sede en el Desfiladero del Infierno, no se quejaba de falta de trabajo, ni siquiera en los tiempos tan inseguros, aunque el precio de sus servicios había subido bastante. Después de las negociaciones con el maestro Go'Zanarem, el jerarca supremo de la escuela, se llegó a un acuerdo. El precio era muy alto, pero Osmol consideraba que valía la pena pagarlo, ya que el mismísimo Go'Zanar prometió ejecutar el encargo personalmente. Y de las habilidades del asesino no dudaban ni los muertos... sobre todo los muertos. ¿Sabía Osmol cómo acabaría todo este asunto? ¿Era consciente del temor y caos que invadiría todo el mundo Faeo? ¡Dudoso! Lo único que tenía en la mente era el poder de los humanos y para lograr este objetivo estaba dispuesto a todo.

 

 

Asesinato de Andelván

 

Andelván duerme. Últimamente, sus sueños se han convertido en un auténtico caleidoscopio de visiones terroríficas. Apretaba el Bastón de Fuego contra su cuerpo, apoyando su barbilla sobre él y discutiendo en un debate eterno con la voz que le hablaba a través de los sueños. Sumergido en un sueño profundo, se daba cuenta de que aquella voz no venía de ninguna parte, sino que era el mismísimo bastón el que le estaba hablando, obligándole a realizar una u otra acción. Sin embrago, al despertarse, se le olvidaba ese detalle y actuaba según los consejos que retumbaban en su cabeza como si fueran sus propios pensamientos. Esta noche, la voz le exigió algo imposible. 
La raza de los magmares, decía la voz, está en peligro. A muchos les desagrada nuestra superioridad y quizás pronto habrá que luchar contra muchas razas descontentas. Por eso debemos ser nosotros los primeros en atacar.
Has enseñado una parte de la magia a tus amigos más cercanos. Somos más fuertes que nunca y, quizás, jamás volveremos a serlo otra vez. Haz con las otras razas lo mismo que hiciste con los orcos en la Meseta de Jerar. Andelván se retorcía en su cama y rechinaba los dientes. Vio en el sueño las filas de orcos atormentados ardiendo. Esa manera de arrasar a los orcos fue una crueldad sin sentido. Por supuesto sus intenciones no eran pacíficas, pero...
Te ayudaré, decía la voz, cuanto mayor sea el poder de nuestra raza, más fuerte seré yo y tú conmigo. Dentro de poco, la magia olvidada se despertará y conseguirá a nuevos soberanos. Nuestra raza va a gobernar el mundo y nosotros… De repente a Andelván le despertó algún sonido. Se acordaba de la conversación del sueño, de las palabras que escuchó y de repente se dio cuenta de algo que le dejó sin fuerzas. ¡Todo ese tiempo, vivía con la vida de otro! ¡Era un títere cuyos hilos manejaban algunas fuerzas superiores! El regalo de su abuela Egiam, el Bastón de Fuego, resultó ser un regalo maligno que amansaba los sentidos del que lo poseía. Andelván se sentó en la cama, apoyó la barbilla en la empuñadura de el bastón como solía hacer, pero un golpe extremadamente fuerte en la garganta lo echó atrás. El golpe fue propiciado desde abajo, ligeramente de un lado. el bastón no logró parar la mano que llevaba un filo extraño de forma fantasiosa. El filo seccionó el palo, separando el mango del astil y, al cortar la laringe, se clavó en el cerebro. Andelván perdió la vida. Sobre su cuerpo sin vida emergió una figura con un abrigo cuyo color y forma cambiaba con cada movimiento. Sobre el pecho muerto de Andelván reposaba el mango semicircular emitiendo una luz de color de fuego. Go'Zanar sonrió y, acto seguido, entró directamente en la pared y desapareció.

 

 

Según los planes de los humanos y los elfos, los magmares al perder a su caudillo, iban a perder también las fuerzas para emprender la guerra, lo que les daría oportunidad a los ejércitos de Basturión de vencerles. Pero se equivocaban y mucho. La muerte de Andelván, asesinado de manera insidiosa en su propio dormitorio, conmovió a todo el mundo. Al perder a su líder, pero conservando el poder central y la disciplina de hierro dentro del ejército, los magmares iniciaron la venganza.

Estaba claro que el asesinato se llevó a cabo por encargo de alguna de las razas. ¿Pero de cuál de ellas? Muchas tenían motivos suficientes para hacerlo. Los partidarios de Andelván decidieron, por lo tanto, destruirlas a todas. ¡No pensaban apiadarse de nadie! ¡Sólo querían vengarse y hacer alarde de su poder! Las llamas rojas de los incendios devoraban ambos continentes. Algunos ejércitos de los magmares dirigían la llamada guerra de limpieza, haciendo ofrenda a su caudillo muerto matando a miles de criaturas. Sólo encontraron resistencia en el continente Ogria. Los ejércitos de Osmol actuaban con audacia y agilidad. A los magmares les seguía faltando la capacidad del procesamiento de ideas complejas, tan característico para la raza humana. Sin embrago, compensaban esa falta con las habilidades mágicas. Las ciudades ardían y caían en ambos continentes, y con ellas, el sueño de Osmol del gran imperio de los humanos. 

Los magmares, al encontrarse con una resistencia tan decidida, enviaron a Ogria las tropas más valerosas, pensando equivocadamente que en Jair no les amenazaba nada ni nadie, ya que prácticamente todas las demás razas fueron aniquiladas allí. Sin embargo, los supervivientes de los ejércitos destruidos de humanos, elfos y enanos, unieron sus fuerzas e iniciaron la marcha hacia Magrimar y Faitvar. Fue un paso desesperado, pero Magrimar cayó. En el momento en el que los restos del ejército unido entraban en la ciudad, el jefe de la defensa magmar, Orgend, uno de los amigos más cercanos de Andelván, utilizó un terrible conjuro en el que lo que más contaba era el corazón del que lo pronunciaba. Sin embrago el escaso conocimiento de las leyes de la magia resultó ser fatal. ¡El conjuro dirigido contra el ejército atacante, afectó a toda la ciudad! Las piedras ardían y se derretían con el calor del fuego, los humanos y los magmares se convirtieron en cenizas en poco tiempo. Como si la estrella Mirrou hubiera descendido de los cielos, eligiendo a Magrimar como su residencia temporal.
Mientras tanto, la segunda parte del ejército, al atravesar los senderos ocultos de los gnomos a través de las Lanzas de Ruán y, al llegar a una gruta subterránea enorme que se encontraba debajo de la ciudad, intentó hacer que toda la ciudad se derrumbase con la ayuda de la sabiduría de los gnomos que sabían desmoronar hasta las piedras más duras. El intento funcionó. A causa de los movimientos del suelo, provocados por dichas acciones, la gruta se convirtió en una fosa común enorme de varias razas.
Cuando estas tristes noticias llegaron a Ogria, los magmares se volvieron locos. La fuerza de los que quedaban con vida se multiplicó de odio y pena. El río Esmira que desde hace siglos fluía tranquilamente transportando sus aguas frescas, se convirtió en un río de fuego. Esta corriente ardiente atravesó todo Ogria como una cicatriz gigante.
Las pequeñas ciudades de los humanos fueron arrasadas. De las más grandes, las primeras en caer fueron Grandfort y Triverión. Cuando. bajo la lluvia de las flechas de fuego las torres y los muros de Basturión empezaron a derrumbarse, Osmol condujo a los supervivientes de su ejército a la batalla decisiva. Sabía que sería la última batalla, pero quería vender muy cara su vida y la de la gente que le seguía. Una flecha de fuego enemiga no dejó de Osmol ni un puñado de cenizas. Sólo su memoria en los corazones de los humanos, un recuerdo de un hombre cuyo deseo era que los humanos gobernasen el mundo Faeo. Terrible fue el destino que encontró también a la Escuela Maasdar en el Desfiladero de Infierno. Fue enterrada por bloques de piedra, convirtiéndose en una tumba gigante de alumnos y maestros enterrados vivos. 
El mundo Faeo ardía. La civilización cuya construcción llevó miles de años se acercaba a su fin.
La guerra, sin sentido como todas las guerras, parecía llevar a la destrucción total de la vida inteligente en el mundo Faeo. En el continente sólo quedaban supervivientes de las tropas, que más bien parecían pandillas. En la materia del mundo, debilitada por las agitaciones, empezaron a penetrar criaturas del Caos. Las creaciones de la magia destructora, a la que los amigos de Andelván recurrían sin escrúpulos, los zombis, los vampiros, los fantasmas malvados y otras criaturas que en este mundo no tenían nombre, empezaron a poblar poco a poco el mundo Faeo. Los humanos y los magmares se transformaban en algo diferente, sin juicio alguno, pero muy agresivo. Sólo la llegada de Sheara la Señora de los Dragones, enviada por los dioses, mejoró en parte la situación, sin desarraigar la guerra, pero otorgándole un objetivo y sentido.

 
 
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