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  El legado de Tallar
 
 

LAS GUERRAS DE LOS PORTALES: EL LEGADO DE TALLAAR

1er capítulo: 

 

 

 

Mundo Faeo, hoy

 

Trarel maldijo su suerte mientras avanzaba penosamente bajo la tormenta de nieve. A pesar de sus mullidas ropas de piel, el frío empezaba a calársele hasta los huesos y sentía como sus fuerzas menguaban lentamente. Había perdido el rastro de sus compañeros de viaje hacía horas y empezaba a temer que nunca volvería a verlos. La expedición se había convertido en un completo desastre. Pero, a pesar de lo desesperado de su situación, una fuerza interior lo empujaba a continuar adelante. Sus fuerzas lo habían abandonado completamente cuando llegó al pie de una cordillera y la tormenta de nieve comenzó a remitir. Sin embargo, Trarel siguió adelante como si estuviera en trance hasta que alcanzó con el último atisbo de energía las estribaciones de una apertura en la piedra. Entró sin dudarlo y se acostó extenuado en un rincón.
 

Al despertar no sabía cuánto tiempo había transcurrido. La tormenta había remitido y fuera podía verse la luz del día. Fue entonces cuando escuchó los ruidos por primera vez. Un ruido ensordecedor, como el sonido de tambores de guerra lejanos. En vez de seguir el consejo de su voz interior y abandonar ese lugar inmediatamente, sacó madera y pedernal de sus alforjas y encendió una antorcha para adentrarse en las profundidades de la montaña. Paso a paso anduvo un camino sinuoso mientras el ruido aumentaba lentamente. Cuando llegó al final del camino y descubrió una luz brillante que no provenía de su antorcha ya había perdido la cuenta del tiempo transcurrido.
 

Lo que vio cuando se acercó con cautela a la salida lo dejó de piedra: Ante sí tenía una cueva enorme bañada por una luz antinatural. Tallados en la roca había miles de edificios que formaban una gigantesca ciudad en la que vivían extrañas criaturas. Todos portaban una especie de máscara dorada con adornos laterales y la mayoría se habían reunido en el centro de la ciudad para celebrar una extraña ceremonia En ese momento el humano comprendió el peligro al que se enfrentaba. Consiguió esconderse tras unas piedras poco antes de que dos de esos seres pasaran junto a él. Una vez que volvió a sentirse seguro, prosiguió sus observaciones.
 

Mientras tanto, los seres se habían sumado a una especie de procesión y atravesaban una puerta cuya existencia le había pasado desapercibida hasta entonces. Cuando descubrió lo que se escondía detrás, se quedó sin aliento. Montañas de oro y joyas parecían apilarse en una cámara descomunal y reflejaban la luz brillante que había visto antes. Trarel nunca hubiera soñado con ver tal acumulación de riquezas. Mientras seguía observando los tesoros completamente fascinado, la puerta comenzó a cerrarse lentamente. Sólo entonces descubrió a los seres que permanecían en los laterales de las puertas y portaban brillantes adornos. Debía haber alguna relación entre esos adornos y la puerta, pensó al comprobar que los adornos dejaron de brillar una vez que la puerta se cerró completamente. Su mente era un hervidero de ideas. Quizás los dioses no lo hubieran maldecido, sino que lo hubieran elegido para realizar el descubrimiento más importante de la historia de la humanidad. Esas riquezas darían a su pueblo un poder inimaginable. Trarel no podía creer su suerte mientras corría con pasos ligeros en dirección a la salida. Al llegar por fin a la intemperie, la luz del día lo cegó y tuvo que protegerse los ojos con las manos hasta que por fin se acostumbró a la claridad. Y entonces, empezó a correr como alma lleva el diablo. El cansancio y la fatiga habían dejado de existir en su mente. Volvía a tener un objetivo y nada le impediría volver a las verdes praderas de su tierra natal.
 

Mientras tanto, Manfar y sus seguidores atravesaban un paso cubierto de nieve. El magmar se sentía satisfecho, puesto que Grador, su mejor alumno, progresaba mucho. Pronto podría transmitirle su cargo, como su maestro se lo había transmitido a él. Mientras su cabeza daba vueltas a esta y otras ideas, volvió a concentrarse en la tarea que tenían por delante. Hacía ya muchos años desde la última vez en que había dirigido a la Montaña Sagrada y poco a poco podía sentir claramente los estragos que la edad había hecho en sus huesos. Aún así podía sentir en la distancia el poder del artefacto que se escondía en las profundidades de la montaña y despertaba una vez cada veinte años. Los magmares llevaban siglos intentando desentrañar su misterio sin obtener ningún resultado. Las expediciones de investigación de los científicos siempre eran peligrosas, pues nunca podía preverse cómo se comportarían los guardianes del artefacto. Normalmente toleraban la presencia de los magmares, pero tiempo atrás sucedió un incidente en el que casi todos los miembros de la expedición perecieron. Aún así, los magmares no se atrevían a derramar sangre sobre ese suelo sagrado. Sólo cabía esperar que la suerte les sonriera y que pudieran resolver alguna parte del rompecabezas.
 

En ese momento, Grador lanzó un grito de advertencia que lo sacó bruscamente de sus pensamientos. Irritado por la interrupción, siguió la mirada de su compañero y reconoció en la lejanía la silueta de lo que, sin ninguna duda, era un humano. Manfar se quedó sin respiración. Un humano había descubierto la cueva sagrada y sabía algo que ninguno de su especie sabía. Aunque era imposible que los hubiera visto, el humano salió corriendo y desapareció entre las rocas antes de que los magmares pudieran hacer nada. Manfar no cabía en sí de rabia. Mandó a sus pupilos que buscaran al humano y lo trajeran antes de que pudiera causar más desgracias, pero en su interior sabía que era inútil intentarlo. El humano llegaría a los bosques cercanos en pocas horas. Sólo cabía esperar que la suerte los ayudara. De lo contrario, habría presenciado un acontecimiento cuyas consecuencias podrían engullirlos a todos.


 La saga continuará...

 

 

 
 


 

 



 
 
 
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