El ávido y cruel soberano Gorbach tenía una perpetua sed de conquista de nuevos territorios. Estando de pie ante una ventana abierta de su alcoba real, extendía, con impertinente mirada, la vista por sus posesiones. Si le hubiera sido posible penetrar con una sola mirada en aquellos territorios que estaban más allá de su palacio, más allá de los frondosos bosques y de los lagos sin fondo, ya estaría allí, esparciendo su poder y castigando sin piedad a aquellos que no quisieran reconocer su grandeza. Sus manos, generalmente cubiertas con unos pesados guantes metálicos, estaban ahora desnudas y con ensañamiento apretaban las vigas de la ventana. Los nudillos se ponían blancos, la blanda madera emitía un rugido contenido, las espinas se hundían en la áspera piel, pero el gobernador no sentía el dolor, estaba sumergido por completo en sus sombríos pensamientos. Conquistar todo el mundo para que, como un animal domesticado, cayera sobre sus pies, rogando clemencia: ¡sólo así y de ninguna otra manera tenía que ser!
El imperio de Gorbach creció con cada pueblo subyugado, con cada territorio tomado, pero era poco... Necesitaba nuevas victorias. Ríos de sangre, incendios y lares ennegrecidos, gemidos y sollozos de los infelices dejaban a sus espaldas el ejército imponente de un inflexible señor. ¡¿Pero quién iba a turbar por la fuerza la incesante sed de poder de Gorbach?! ¡Para la plena satisfacción de su poder en su imperio necesitaba un ejército invencible! ¡Pero éste no tenía que ser simplemente un ejército compuesto de buenos soldados entrenados y capacitados! Tenía que ser una fuerza infatigable de un tipo especial de guerreros, indestructibles e invulnerables. Unos guerreros ideales no sujetos al miedo, que no sintieran dolor y no conocieran la derrota, arrojándose valientemente al enemigo, no pensando en su fuerza ni en su superioridad numérica. Reuniendo a todos los hombres sabios de todos los confines del imperio, Gorbach decidió llevar a cabo un experimento, de cuyo resultado saldrían los guerreros ideales. Ordenó a los científicos poner de lado todo su trabajo y entregar todas sus fuerzas a la elaboración del arma secreta que debía convertirse en soldado. Los brujos de la corte y los sanadores se sumergieron en los libros de magia intentando complacer a su señor. De todos los ámbitos se tomaron 10 de los mejores guerreros. Entre ellos también había aquellos que fueron por libre voluntad, de sangre fría, asesinos profesionales bien formados, prestos por fe y por la verdad a servir a su oscuro señor. Pero también había aquellos a los cuales se les había obligado a participar, si no querían que a sus familias y a sus parientes de las aldeas se les condenara a una muerte dolorosa. A todos les era bien conocido el carácter de Gorbach y cómo éste reaccionaba contra aquellos que se atrevían a oponerse a su voluntad. Los guerreros ni suponían qué les preparaba su destino, únicamente sabían que se les había reunido para una misión importante, a ellos, los mejores de los mejores. La plaza en los aposentos de palacio se transformó en un laboratorio donde la vida no cesaba ni de día ni de noche. De enormes calderas negras salía un espeso humo gris, en las cuales algo hacía gluglú y burbujeaba. En los soportes masivos erigidos en una noche, que recordaban a los patíbulos, se movía de manera incomprensible la construcción de hierro, que de lejos se parecía a una prensa increíblemente grande. Una centena de cables de diferente tamaño pendían de las gigantescas vigas, el rechino del hierro, un espantoso estrépito, y las bocanadas de humo causaban pavor en los pueblos circundantes, pero esto no era nada comparado con lo que les esperaba a continuación. Y he aquí que una noche, un grito desgarrador de un dolor terrible irrumpió en el silencio. Tras él siguió un segundo y un tercero...
Los gritos histéricos y el rugido que salía de la cabeza y que, como parecía, no podían pertenecer ni a un humano ni a un magmar se oyeron hasta la misma mañana. Los habitantes despertados con miedo intentaron esconderse de los irresistibles ruidos en los sótanos, pero incluso ahí se escuchaban. Temblando de miedo y entumecidos de espanto, en silencio total esperaban a la salida de Mirrou el cual les debía aliviar. ¡Pero sus esperanzas fueron en vano! Y así pasaron algunas semanas consecutivamente. Las máquinas monstruosas y los conjuros infernales mutilaban a los guerreros, cambiándoles para siempre su fisionomía: sus frágiles huesos se rompían, la piel se fundía, el hierro se mezclaba con la carne, el cuerpo sufría una metamorfosis infernal... Algunos de los soldados no pudieron soportar el terrible dolor y murieron. Los que sobrevivieron imploraban la muerte, la cual se había convertido en su salvación, pues así no se transformarían en los monstruos actuales. Pero desde el balcón, Gorbach observaba, frunciendo la ceja y poniendo las manos en su poderoso pecho, con una fría tranquilidad y una expresión congelada de completa superioridad sobre el rostro de piedra, el acto sanguinario. Comprendió que el experimento se hundía y que su sueño de un ejército ideal inexpugnable se alejaba más y más de él. Con una rabia impotente ordenó dar muerte a todos los participantes del salvaje experimento para que no se divulgara su fracaso y toda la acción quedara en secreto. Pero no consiguió que nadie lo supiera, el inexorable Gorbach. Algunos de los guerreros sobrevivientes, mutilados y por poco no conducidos hasta la locura, consiguieron escapar de la palma castigadora de su señor. Pero el experimento cambió para siempre sus vidas, marcándoles en sus cerebros demacrados el conjuro que los alcanzó. Estaban destinados a un eterno vagabundear, no podían mirar a nadie a los ojos. Sin embargo, también había aquellos guerreros a quienes el despiadado señor les perdonó la vida, ya que había decidido utilizarlos para otros fines. Pero todavía no se sabe qué hubiera sido más compasivo: ¡asesinarles o conservarles en vida! Algunos de ellos estuvieron encerrados para siempre en los calabozos de sus aposentos. La suerte de los otros fue mucho más triste: se volvieron guardianes silenciosos de los secretos que inquietaban su alma. Volviéndose guardianes monstruosos, se vieron impelidos a someterse a su suerte, condenados a ocultarse como si fueran animales y a vivir en completa soledad hasta el final de sus días. A un guerrero de los que estuvo sometido a torturas monstruosas el inflexible señor le ordenó guardar un artefacto especialmente valioso: el sarcófago maldito con los restos de las madres adolescentes asesinadas que se convirtieron en víctima de la desmesurada sed de poder de Gorbach. Yordin, así se llamaba el triste guerrero, se volvió partidario de un culto especial de la comunidad secreta de los Sacerdotes y estuvo condenado para siempre a custodiar el objeto misterioso en el claro de la Flor de la Ansiedad en la isla de Fei-Go. La inmortalidad fue su maldición... Con el transcurso del tiempo, el recuerdo de los acontecimientos nocturnos en el castillo de Gorbach se borró de la memoria de los habitantes, entregando al olvido todo lo que sucedió en los aposentos del castillo del despiadado señor y sólo de vez en cuando en los susurros silenciosos de los árboles y los gemidos crujientes de las puertas parecen escucharse los gemidos desgarradores de los infelices...