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  Época de los Dragones
 
 

ÉPOCA DE LOS DRAGONES

Llegada de Sheara

Pasó mucho tiempo desde entonces...Pero Faeo llegó a un estado en el que ya sólo recordaba un enorme incendio, un campo de batalla, una arena cubierta de sangre. La participación divina en ese mundo fue demasiado grande para que sus primeros padres lo pudieran ignorar. La posición de observadores sólo era necesaria en los casos de discusiones y conflictos internos. Pero cuando el mundo Faeo, totalmente destruido, sin fuerzas y atreviéndose a tratar el poderosa arma de la magia como a un juguete, se debilitó lo suficiente para permitir que un enemigo externo se acercara demasiado a su capa, y el peligro para todos los que vivían en su interior parecía inminente. Los dioses, alertados por el futuro de su hijo, decidieron enviar a un misionero a un mensajero que indicara el camino de salvación. La elegida fue Sheara la Señora de los Dragones

Sheara, la heredera de A'aron el Justo, aparentemente frágil, disponía de una fuerza interior enorme que le permitía dominar a grandes criaturas, los dragones. Los monstruos que expulsaban fuego se convertían en corderos cuando Sheara, al levantar las manos, les ordenaba presentarse ante ella. 
No era la primera vez que la Señora de los Dragones era mensajera e iba a realizar un «largo viaje» para cumplir la misión que le habían encargado los dioses. No era la primera vez que invocaba a sus siervos, los dragones, para ayudar a las almas perdidas o para castigar a los culpables. Tan sólo hay que mencionar la historia del mundoTuillou cuyos habitantes habían creído en su superioridad sobre los demás seres hasta tal punto que decidieron destituir a los dioses. Afortunadamente, el destino de esos planes no era cumplirse. Los dioses se enteraron de su atentado al «poder supremo» y, como una brigada de revancha, enviaron a la ciudad de Tuillou a Sheara y sus dragones. El destino de ese mundo estaba decidido. Tras aniquilar a las criaturas que lo habitaban, Sheara pobló Tuillou con los dragones.
Sheara apareció en el mundo Faeo cuando parecía que nada ya podía salvarle. El Caos extendía sus detestables tentáculos cada vez más adentro del mundo que antes era tan maravilloso. Las razas, atormentadas por la guerra, la división y la enemistad eran incapaces de enfrentarse a un enemigo común. Los humanos y los magmares, que sobrevivieron guerras crueles y agotadoras, erraban sin rumbo por el mundo, formando de vez en cuando pequeñas brigadas, aunque en la mayoría de los casos vagaban en solitario. Las ciudades destruidas por completo, antiguamente tan hermosas, ahora estaban vacías, nadie quería empezar desde cero, nadie veía el sentido para hacerlo y nadie buscaba a los culpables. El mundo Faeo se convirtió en el paradero de los renegados, criaturas vacías y malvadas que no sólo no podían defenderlo del Caos, sino que habían perdido su verdadero destino y sentido de la vida. A veces, los humanos y los magmares intentaban llegar a algún acuerdo, determinar una estrategia de lucha contra el Caos, pero siempre fracasaban. Al carecer de líderes espirituales, comandantes y de la magia, los representantes de las dos razas que sobrevivieron simplemente no actuaban. Algunos de ellos, por querer aprovechar la situación o por un acto de desesperación, se pasaban al lado enemigo, convirtiéndose en siervos del Caos. Se transformaban en criaturas sin forma que visualmente no se parecían a ninguna raza. Las sombras mudas erraban por el mundo, aparecían en un lugar u otro, destruyendo lo poco que quedaba del orden eterno de las cosas. La estrella Mirrou palidecía cada día más y más…

«…Parecía que no había forma de salvación y que pronto el Caos se convertiría en el soberano de todo lo que se mueve, cuando, de repente, los cielos se abrieron y, traída por el viento, descendió al mundo Sheara la Señora de los Dragones. Su rostro iluminaba el cielo y su aura rodeaba toda su figura…»

Con la llegada de Sheara, en el mundo Faeo empezó una época nueva, la Época de los Dragones. El gran dragón blanco Erifarius y el gran dragón negro Striagorn, creados por Sheara con la energía de cada una de las razas, eran una fuerza renovadora que enseñó a los habitantes del mundo Faeo cómo luchar contra el Caos. Tanto los humanos, como los magmares crecieron anímicamente, literalmente cobraron vida y emprendieron acciones. Empezaron a levantar de nuevo los cimientos de las ciudades, volvieron a formar ejércitos poderosos, estaban reconstruyendo el mundo que estaba a punto de perderse. Incluso estaban dispuestos a unirse para resistir al ataque de los siervos del Caos. El destino, sin embrago, lo decidió todo de otra forma. Esta vez, el destino era la mismísima Sheara. Fue ella la que condenó a los humanos y a los magmares a una enemistad eterna, una enemistad en nombre de la victoria sobre el Caos.

«…Con la llegada de la luna nueva Erifarius y Striagorn se enfrentarán en un duelo, del cual sólo uno de ellos podrá salir victorioso. El dragón más fuerte obtendrá la energía del dragón más débil y, entonces, sus fuerzas unidas serán capaces de hacer frente a los fantasmas oscuros del Caos. Y cada luna nueva, hasta que tengáis energía suficiente, los dragones van a luchar entre ellos, pero debéis saber que esta situación no va a durar eternamente. Lo que pasará después, sólo depende de vosotros…»

 

 

 

Dos ciudades

 

Erifarius, el gran dragón blanco, al llegar al mundo estaba asombrado por las enormes heridas que sufría el mundo Faeo. El hecho de saber que fueron los humanos los que las provocaron, llenaba su corazón de tristeza. Sin embrago, al ser una criatura bastante pragmática, Erifarius no se dio por vencido por la desesperación, puesto que sabía perfectamente que eso no ayudaría a resolver los problemas.
Al principio, Erifarius se puso en contacto con los comandantes de las brigadas más grandes de los humanos, que actuaban en ambos continentes. Llamó a todas las tropas, para que se presentaran ante él inmediatamente para debatir el futuro de la raza humana. A los que respondieron a la llamada, se les anunció que la guerra sin sentido que recordaba más bien un juego de bandoleros, se había acabado. El mundo destruido y herido necesitaba reconstruirse.

Con el transcurso de muchos años, el mundo cambió de forma increíble. El sentido de los términos antes evidentes, se perdió por completo, los lugares hasta ahora muy bien conocidos, se convirtieron en peligrosos para los viajeros, sobre todo los lugares donde tuvieron lugar las grandes batallas y donde antaño estaban las grandes ciudades, ahora convertidas en ruinas. Al reunir a todos los humanos juntos, Erifarius abrió el portal mágico y les pidió que le siguieran a un sitio que no había sufrido tantos destrozos como los demás terrenos. La mayoría de la gente se fue detrás de Erifarius, pero hubo algunos que permanecieron junto a sus templos donde sus paisanos habían derramado su sangre.
A lo lejos de las Montañas de Chión y del Bosque de Shuar, en un campo enorme se abrieron las puertas del portal del que salió volando con dignidad Erifarius y los humanos cansados de la guerra y de la muerte. DijoErifarius que los humanos necesitaban un nuevo hogar, que la reconstrucción de las ciudades antiguas no tenía sentido, puesto que la tierra alrededor estaba empapada del olor de la muerte, de la sangre y del fuego. En este campo, dijo Erifarius, fundaremos una ciudad nueva. Una ciudad que se convertirá en el centro cultural de los humanos en el mundo Faeo. Y al mover sus alas blancas, Erifarius purificó las almas y la memoria de los humanos de las duras experiencias y pensamientos tristes sobre el pasado, diciendo: «Antes apenas conocíais vuestro mundo, de lo contrario no habríais permitido que pasara lo que ha pasado. Ahora el mundo ha cambio y el antiguo conocimiento os impedirá crear uno nuevo. Tendréis que explorar el mundo de nuevo y aprenderlo todo desde el principio, pero primero construiremos una ciudad». En ese momento, los soldados se quitaron sus armaduras y recordaron que antes no eran soldados, sino artesanos, canteros y herreros, y se pusieron las manos a la obra.Erifarius les ayudaba cuanto podía, dirigía la construcción de la ciudad. Al cabo de unos años, en el campo junto al portal, se elevaba una ciudad hermosa a la que otorgaron el nombre de Delvis, lo cual significaba «Principio de un mundo nuevo». De la ciudad partieron expediciones y brigadas encargadas de investigar el nuevo mundo desconocido para ellos. La raza humana volvió a nacer.

Striagorn, creado por Sheara de la energía de los magmares, no era tan bueno. Era simple y estricto, actuaba conforme a la regla – "ya que lo he pensado, hay que ponerlo en práctica". Aprovechando su fuerza, trasladó a todos los magmares que quedaban con vida, más allá de las Cuevas de Escalofrío, a una meseta de piedra donde siempre soplaba el viento, y con estas palabras se dirigió a los magmares: "Teníais ciudades y las habéis destruido, teníais amigos y aliados, e hicisteis que se volvieran en contra vuestra, teníais un mundo hermoso, y lo habéis vuelto detestable. Que la memoria de cómo fue el mundo desaparezca entonces de vuestras mentes. Los magmares deberían vivir y gobernar el mundo Faeo, pero para luchar eficazmente contra los que se convirtieron en nuestros enemigos, debemos reconstruir nuestras ciudades, volver a poner en marcha la artesanía". Los magmares escuchaban a Striagorn y se dieron cuenta de que decía la verdad. La idea de que todo estaba perdido y que sólo quedaba la venganza, empezó a esfumarse poco a poco de sus mentes.
«No voy a hablar mucho, dijo Striagorn. - El tiempo es oro. La primera ciudad la levantaremos aquí». Los magmares se pusieron las manos a la obra, dejando la venganza aparte y dedicándose en cuerpo y alma a la construcción de un hogar nuevo para su raza. Transcurridos unos años en la meseta de piedra levantaron una ciudad a la que le dieron nombre de Dartong, lo cual significaba «En memoria de los caídos».
Unos años después de levantar las ciudades nuevas, Striagorn y Erifarius se encontraron y, al unir sus fuerzas, crearon portales mágicos en las cercanías de Delvis y Dartong. Los portales llevaban a un sitio accesible tanto para los humanos como para los magmares. Gracias a ellos, los humanos y los magmares podían encontrarse allí para perfeccionar las artes de guerra y para desahogar la ira y no dirigirla contra sus propios paisanos, sino luchar con la otra raza y prepararse para una gran batalla por el poder sobre el mundo Faeo.

 

 

 


Nuestros días

 

El mundo Faeo se estaba transformando. Los humanos y los magmares, bajo el mando de los dragones, construyeron ejércitos poderosos y recuperaron el espíritu. Ya no eran grupillos dispersos de criaturas inquietas que erraban por el mundo buscando el sentido o… la muerte. Al recuperar las ganas de vivir y de la victoria, tanto los humanos como los magmares al seguir las indicaciones de sus guías alados se estaban preparando para una batalla decisiva. ¡Una batalla en la que se decidiría el destino de todo el mundo!
De acuerdo con las palabras de Sheara, confirmadas por los dragones, Erifarius y Striagorn, la guerra no había acabado, sino que alcanzó su etapa siguiente. Los humanos y los magmares perdieron la posibilidad de reunirse unos con otros, así fue la voluntad de los grandes dragones. Debajo de las ciudades, que se convirtieron en principales centros culturales de Faeo, se construyeron los portales que permitían a cualquiera que lo deseaba a desplazarse por el mundo. Los portales unían Ogria con Jair. Los humanos y los magmares que emprendían el viaje por el mundo, sabían que se podían encontrar con los miembros de la otra raza. En ambos continentes, tenían lugar escaramuzas crueles. Al luchar contra el enemigo, los guerreros de cada raza adquirían lo que más valor tenía por aquél entonces en el mundo Faeo, la experiencia. Los dragones preparaban a sus guerreros para participar en las luchas feroces contra las fuerzas del Caos y en las batallas clave en las que tenían que tomar parte las mismísimas criaturas aladas. El conocimiento y habilidades antiguas se perdieron, pero las nuevas aparecían bastante rápido, lo que favorecía la curiosidad innata de los seres inteligentes. En ambos lados aparecieron caudillos innatos que actuaban según las indicaciones de los grandes dragones y que estaban convencidos de que la situación en el mundo Faeo sólo podía mejorar con el respaldo de una sola raza, ¡la más fuerte!

 


 



 
 
   

 
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