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  Historia de Baltasar
 
 

HISTORIA DE BALTASAR


Un líquido de fuego chapoteaba bajo sus pies, los dedos con sus garras punzantes se agarraban a las piedras negras que caían en la gruta profunda sobre la seca tierra atormentada por un implacable bochorno, el rabo largo se arrastraba por detrás, ahogándose en el fango hediondo, las alas colgaban sin vida. El demonio de nivel inferior Baltasar arrastraba ante sí un enorme carro lleno hasta los bordes de almas caídas de semimagos. Las almas se retorcían, vomitaban maldiciones, cambiaban de color de violeta oscuro a negro y les salían chispas por todos sitios. Pero nada conmovía a Baltasar; él cumplía su habitual trabajo desde hacía ya cien años, día tras día. “Limpiabotas”, así le llamaban los otros habitantes del averno. Esto era algo ciertamente ofensivo y si a los demonios les hubieran dotado con la capacidad de sentir la ofensa, Baltasar la habría sentido, pero, ¡ay!, no la tenían. Maldad, furia, indiferencia, frenesí, incluso miedo podían sentir, pero ninguna ofensa, felicidad o alegría.

El demonio hizo algunos pasos y se paró. Ante él había abierto un enorme precipicio, en el fondo del cual resonaban sonidos desgarradores; el Cáliz del desdén estaba listo para aceptar un nuevo partido de almas caídas. No prestando atención a la intensificación de los gritos histéricos del carro, Baltasar lo volcó con el movimiento habitual y con una mirada de indiferencia tiró hacia abajo a la masa vociferante. Ya estaba hecho. Ahora los semimagos que habían cometido un error resucitarían y serían enviados a algún mundo pequeño y triste, donde vivirían la vida corriente de un humano o quizás de un gnomo o de alguna malvada limaza, tragándose para siempre sus almas el Cáliz del desdén. Una ligera curiosidad conmovió la conciencia del demonio. Llevando ya muchos años recogiendo las almas caídas y entregándolas al juicio del Cáliz, ¡él estaba completamente seguro de que a los que habían cometido un error les esperaba una suerte terrible viviendo una vida corriente despojada de toda magia! Pero, ¿y su vida? ¡¿En qué era mejor que aquellas lejanas vidas “corrientes”?! Esta pregunta le atravesaba como si fuera una aguja. En efecto, ¡él había planeado (no soñado, no, los demonios no sueñan) alcanzar grandes metas, haciendo un gran papel y estando en la fila con otros demonios de nivel superior, feroces y espantosos malhechores que podían infundir miedo a pueblos enteros, ciudades, mundos! Pero acabó siendo el ordinario más desdichado. A pesar de su apariencia exterior desagradable, que conducía al espanto, de su excepcional fuerza, se había quedado en un demonio de baja condición, ¡en un “limpiabotas”! Y he aquí que algo nuevo, desconocido e inesperado nació en la cabeza y, de repente, se rompió en mil pedazos paralizando por completo la imagen habitual del pensamiento, y un simple pensamiento se perfiló de entre la confusión: ¡Su vida era una mierda! Sí, y él mismo...Y he aquí que Baltasar entendió que no podía seguir así más tiempo. Se dio la vuelta de manera penetrante, sepultando por casualidad a un par de árboles de cenizas, y echó a correr. ¡Directamente al Cáliz del desdén! A allí, ¡al precipicio! ¡Aunque le podía absorber y poner fin a esta existencia inútil! Que hiciera lo que quisiera: fundirle, convertirle en gusano, en planta, incluso borrarle de la lista de los inscritos en el Libro de los Destinos, sí, ¡lo que quisiera, con tal de no ser más el limpiabotas en el infierno!

La tierra temblaba debido a los pataleos de Baltasar, parecía como si a poco a poco se fuera a romper en mil pedazos, desvaneciéndose como una casa de naipes. ¡Quedaban unos pasos, unos pocos todavía y el abismo lo tomaría en sus enormes brazos! ¡Y le habría dado muerte! ¡Adelante! ¡Mejor morir que semejante vida inútil! La última vez que repelió a la tierra, el demonio dio un salto y en ese instante se sintió como un pájaro – la sensación de volar era maravillosa. Y, de repente, el humeante aire gris como si se refractara, empezó a temblar y se volvió pegajoso. Un velo cubrió el cuerpo y algo invisible lo arrastró tras de sí, pero no hacia abajo, al abismo, sino a lo lejos, a través de extravagantes corredores porosos, más rápido y más rápido. Baltasar ya no reflexionaba y no experimentaba ninguna emoción, se había entregado por completo a un poder desconocido. El vuelo terminó, tal y como había empezado, de manera inesperada. Se oyó un sonido, semejante a un crujido de una camisa de capullo desgarrada. Baltasar se deslizó rodando hacia abajo, arrastrando consigo piedras, arbustos secos y aterrizó con un terrible estruendo, colisionando contra algo cálido y sólido. Al principio, decidió no abrir los ojos. No porque tuviera miedo, sino porque sabía que desde ese momento empezaba su nueva vida para la cual hacía falta prepararse. Pero no consiguió prepararse mentalmente. Se escucharon los gritos de la muchedumbre enfurecida que se acercaba inexorablemente, creciendo, un sonido de metal, el pataleo de cien pies y ya casi totalmente cerca una voz clara que daba la orden: “¡Adelante! ¡Destrozad a este monstruo cornudo en trozos! ¡Matad al monstruo!” No pasó ni un segundo, cuando sobre Baltasar se lanzaron tropas completas de seres raros, como si estuvieran tejidos con fuego. Estaban armados hasta los dientes y en sus ojos se reflejaba un único deseo: ¡matar a Baltasar, exterminarle! La naturaleza demoníaca la había cogido instantáneamente. Desde las entrañas de la conciencia brotó la furia, una maldad terrible se vertió por todo su cuerpo, impregnando a los puños de poder, llamando a uñas y dientes a desgarrar carne, despedazar, arrancar, triturar huesos. La razón decía únicamente: ¡atemorizar, conquistar, aplastar! He aquí que la nueva vida le daba la posibilidad al final de demostrar que no era un desdichado, ni un limpiabotas, sino un verdadero animal, un demonio con grandes dientes capaz de hacer a estas criaturas de lava y de sangre obedecer sólo a su voluntad: ¡la voluntad del gran y terrible demonio Baltasar! ¡Este mundo, Faeo o como lo llamaran sus armados seres, sería su imperio! ¡Ésta era su oportunidad! ¡Un estado ligado estrechamente a la locura se apoderó de Baltasar! ¡Emitió un rugido salvaje y se lanzó a la lucha!

 

 

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